
Más allá de la etiqueta: comprender la frustración en humanos y perros
Este fin de semana experimenté emociones incómodas. Me gustaría contarte algo alegre —y lo haré en otra ocasión—, pero escribir es mi manera de ordenar el caos, poner nombre a lo que siento y, a veces, dejar que las palabras sean un desahogo. Las últimas semanas han sido duras. Las discusiones en casa han disminuido, pero hemos caído en algo peor: la evasión. Fingir que no pasa nada para no hablar de ello no lo hace desaparecer.
En más de una ocasión he soñado con empacar una o dos maletas de 21 kilos, tomar a mis tres perros y subirme a un avión de regreso a México. Pero luego recuerdo tres cosas:
- No puedo costear cuatro pasajes.
- Me aterra que mis perros —grandes— viajen en avión cómo si fueran maletas y no seres vivos, con tantas historias de maltrato o accidentes.
- Huir no resuelve nada.
Y sobre todo, lo más importante: no quiero dejar a mi pareja. A pesar de todo lo que estamos pasando, lo amo, somos una familia y quiero envejecer a su lado. No me resigno a perder lo más valioso que tengo solo porque no nos entendemos o porque vivimos rodeados de tanta negatividad que nos impide ver lo bueno que sí tenemos.
Pero el sábado, a esa tensión se le sumó otra: uno de mis cuñados que estaba de visita, de carácter explosivo, tuvo uno de sus episodios de ira. Yo no estaba para aguantarlo. Nunca he entendido por qué algunas personas creen que su enfado les da derecho a gritar, ofender o descargarlo en otros. Y menos aún, que lo justifiquen con un “estaba enfadado”. Eso no es una excusa.
Mi pareja, como casi siempre, optó por callar. Él tiene un talento extraño para “pasar de todo”. Yo no. Intenté poner un límite y advertir que se estaba pasando. Su reacción fue encenderse más y decir de todo, creyendo que el estar enfadado justifica que podía hablarme como quisiera, entre muchas cosas horribles, dijo que no me metiera en “su relación con su hermano”. Pero se equivoca, yo sí puedo meterme: estaba presente, me estaba gritando y sé que después mi pareja, aunque no le responda a él, volverá a casa como una olla de presión y acabará desquitándose conmigo.
Mi cuñado se fue por su lado y regreso al cabo de dos horas y soltó un “ay, perdón que te hablé mal” como quien pide azúcar prestada. Sin mirarme, sin un verdadero arrepentimiento, riéndose. Y pensé: “perdón nada”. Me quedó claro que yo no le importo. Y está bien, no tengo por qué forzar un vínculo. Creo que parte de mi frustración viene de un rasgo cultural: en México solemos integrar a la familia de la pareja como si fuera nuestra propia familia. En Europa no es así. Pero la realidad es que la relación que importa es la mía con mi marido, y si hay que cortar lazos para proteger mi paz, se cortan.
Me fastidia esa frase de “es que yo soy así”. Como si fuera una medalla de autenticidad y no una señal de que necesitas terapia. Las palabras hieren, debilitan vínculos y dejan cicatrices. Lo que sentí fue enfado y furia, impotencia y una frustración enorme por estar tan lejos de mi círculo de confianza: mi hermana, mi prima, mi mejor amiga. Me sentí muy sola, vulnerable y sin un refugio donde sanar.
En México, en momentos así, hubiera agarrado el coche con mis perros y me habría ido a la casa del campo de mi familia: ver estrellas, beber un chocolate caliente en la vieja estufa, dormir envuelta en el saco de dormir que fue de mi padre. Pero aquí, no. No quise quedarme donde estaba mi cuñado y preferí irme caminando a casa a estar con mis amados perros. Lloré, jugué con ellos, volví a llorar y, al final, dormimos juntos, sintiéndome arropada y protegida por ellos.
Y ahí, en la penumbra, con ellos acurrucados a mi lado, me hice la pregunta:
¿Qué es exactamente la frustración? ¿Qué se hace con ella? ¿Cómo se gestiona cuando la soledad se sienta a tu mesa?
Definiciones: Frustración, Ira e Impotencia
Para poder entender y gestionar lo que sentimos, es fundamental tener claridad sobre los términos que usamos. A menudo usamos “frustración”, “ira” e “impotencia” como si fueran lo mismo, pero aunque están relacionadas, no son idénticas.
Frustración
Según Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears (1939), la frustración es “la respuesta emocional que se produce cuando una conducta dirigida a una meta es bloqueada o interferida”. En otras palabras, surge cuando queremos algo y algo —externo o interno— nos impide alcanzarlo.
En mi anécdota: Sentí frustración en varios momentos:
- Cuando quería “empacar todo e irme a México” pero no podía por falta de dinero, miedo por la seguridad de mis perros y porque huir no resolvería el problema.
- Al no poder ir a mi “cueva segura” en casa de mi familia y quedarme sin ese espacio de contención emocional.
- Cuando mi pareja no pone límites a su hermano y la tensión acaba descargándose sobre mi.
Ira
De acuerdo con Charles Spielberger (1991), psicólogo pionero en el estudio de las emociones, la ira es “un estado emocional que varía en intensidad desde una leve irritación hasta una intensa furia, acompañado de activación fisiológica y cambios en el sistema nervioso autónomo”. La ira puede ser una reacción a la frustración, pero también a una injusticia percibida o a una amenaza.
En mi anécdota: La ira se activó cuando mi cuñado me habló mal, me faltó al respeto y quiso justificarlo con su enfado. Es el momento en el que sentí que “no es justo” y marqué límites de forma directa.
Ahí mi energía pasó del dolor al impulso de defenderme, una reacción típica de la ira.
Impotencia
Según Seligman (1975), quien desarrolló la teoría de la “indefensión aprendida”, la impotencia es “la percepción de no tener control sobre una situación, aunque exista la capacidad real de actuar sobre ella”. Es una sensación de bloqueo donde creemos que no hay salida posible.
En mi anécdota: Sentí impotencia al ver que mi pareja no intervenía para detener a su hermano, y al saber que por mucho que yo pusiera límites, la dinámica entre ellos seguiría igual. También apareció al sentirme sola, lejos de mi red de apoyo y sin poder acceder a los recursos que me darían calma, seguridad y paz.
En resumen: la frustración es el bloqueo, la ira es una de las respuestas posibles a ese bloqueo, y la impotencia es la creencia de que no podemos cambiar la situación.
¿Qué hace la frustración a nuestro cuerpo a nivel bioquímico?
La frustración activa una respuesta de estrés en nuestro organismo, muy similar a la que ocurre ante una amenaza física. El cerebro percibe el bloqueo como un “peligro” para nuestras necesidades o deseos, y eso dispara una cascada de reacciones químicas.
Proceso bioquímico
- Amígdala cerebral: Detecta el estímulo frustrante y lo interpreta como una amenaza emocional.
- Hipotálamo: Activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA).
- Glándulas suprarrenales: Liberan cortisol (la hormona del estrés) y adrenalina.
- Efectos inmediatos:
- Aumento del ritmo cardíaco y de la presión arterial.
- Tensión muscular.
- Aceleración de la respiración.
- Disminución de la capacidad de concentración y toma de decisiones claras.
Según Sapolsky (2004), en su obra Why Zebras Don’t Get Ulcers, (te recomiendo mucho leer este libro, es muy bueno) esta activación repetida del eje HHA, si se mantiene en el tiempo, puede llevar a fatiga crónica, ansiedad, depresión e incluso problemas inmunológicos.
Fuentes científicas:
- Dollard, J., Doob, L. W., Miller, N. E., Mowrer, O. H., & Sears, R. R. (1939). Frustration and Aggression. Yale University Press.
- Spielberger, C. D. (1991). State-Trait Anger Expression Inventory. Psychological Assessment Resources.
- Seligman, M. E. (1975). Helplessness: On Depression, Development, and Death. Freeman.
- Sapolsky, R. M. (2004). Why Zebras Don’t Get Ulcers. Holt Paperbacks.
La frustración en los perros: cómo la sienten, qué les pasa y cómo ayudarlos
Los perros, al igual que nosotros, pueden experimentar frustración cuando sus necesidades o deseos se ven bloqueados. Este bloqueo puede ser físico (no poder llegar a un estímulo), social (no poder interactuar con otro perro o persona) o cognitivo (no entender qué se espera de ellos en un ejercicio).
Cómo se manifiesta la frustración en los perros
- Vocalizaciones excesivas (ladridos, aullidos, gemidos).
- Conductas repetitivas (dar vueltas, morder la correa, arañar puertas).
- Aumento de la excitación motora (tirar más de la correa, saltar, empujar).
- Reacciones más explosivas ante estímulos que normalmente tolerarían.
Qué ocurre a nivel bioquímico
El proceso es muy similar al humano:
- Percepción del bloqueo: La corteza prefrontal del perro detecta la incongruencia entre lo que quiere y lo que obtiene.
- Amígdala: Interpreta el bloqueo como una amenaza al bienestar.
- Sistema HHA: Se activa la liberación de cortisol y adrenalina.
- Respuestas físicas:
- Aumento de la frecuencia cardíaca.
- Activación muscular para “actuar” contra el bloqueo.
- Disminución de la tolerancia a la espera o a la frustración futura.
Según Beerda et al. (1998), en su estudio Chronic stress in dogs subjected to social and spatial restriction, el estrés crónico y la frustración mantenida en perros pueden derivar en problemas de conducta, menor capacidad de aprendizaje y un estado emocional más reactivo.
Estrategias para ayudarles a gestionarla
- Entrenamiento de autocontrol: Ejercicios progresivos de espera y tolerancia, siempre adaptados al nivel del perro.
- Refuerzo de conductas calmadas: Premiar momentos de calma en lugar de solo corregir conductas explosivas.
- Satisfacción de necesidades básicas: Ejercicio físico, estimulación mental y socialización adecuada.
- Enriquecimiento ambiental: Juguetes interactivos, búsqueda de comida, juegos de olfato.
- Progresión gradual: Aumentar poco a poco el tiempo o la dificultad del “bloqueo” para que la tolerancia se construya sin estrés excesivo.
Crítica: la “moda” de etiquetar todo como frustración
En los últimos años, tanto en el ámbito humano como en el canino, parece que todo se diagnostica como frustración. Si un perro ladra, “es frustración”. Si un humano reacciona mal, “está frustrado”. Y aunque ponerle nombre a lo que sentimos puede ser útil para darnos paz y ordenar la mente, existe un riesgo: quedarnos en la etiqueta y dejar de investigar el origen real del malestar.
En el caso de los perros, decir “es frustración” puede ocultar muchas otras causas:
- Dolor físico o enfermedad.
- Falta de descanso.
- Hambre o sed.
- Exceso de estimulación o aburrimiento crónico.
- Dificultades de aprendizaje por falta de comprensión.
- Problemas emocionales derivados de experiencias pasadas.
La verdadera intervención no debe centrarse únicamente en “trabajar la frustración” como si fuera un paquete genérico, sino en comprender qué lleva a ese individuo concreto a reaccionar así. Cada perro (y cada persona) es único, con su historia, su genética, su entorno y sus sensibilidades.
Un perro puede necesitar más trabajo de calma, otro más estimulación mental, otro un cambio de dieta, y otro simplemente menos presión de su entorno. El problema no es la conducta en sí, sino la emoción que la origina y el contexto que la alimenta.
En resumen: etiquetar puede ser el primer paso, pero nunca debe ser el último.
Conclusión
Gracias por llegar hasta aquí y dedicar tu tiempo a leer este artículo.
El enfado y la frustración —ya sea en humanos o en perros— son señales, no enemigos. Son la voz interna (o externa) que nos recuerda que algo no está bien para nosotros. Pero esa voz no tiene por qué gritar ni destruir; puede aprender a hablar y a pedir, puede convertirse en puente en lugar de muro.
No permitas que otros te hagan daño con la excusa del “es que yo soy así”. Los límites sanos no son agresión: son amor propio. Comunicar tu malestar con respeto no te hace débil, te hace consciente y responsable.
Y si sientes que no puedes gestionarlo solo o sola, habla. Busca ayuda. Ya sea para ti o para tu perro, nunca es tarde para aprender a expresar y resolver de forma sana lo que duele.
Tu voz importa. Tus emociones importan. Y tu bienestar —y el de quienes caminan a tu lado— merece ese cuidado. Te abrazo a la distancia.

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