Bienvenido a esta nueva serie, ahora quiero hablarte sobre Rayo, para que lo vayas conociendo mejor. Estas son las –7 cosas que hice diferente con Rayo–
1.- Disfruté su cachorrez como nunca la había vivido
Con Rayo sentí que, por fin, abracé a mi niña interior que siempre quiso un cachorro. Con Aquiles, aunque también gocé su cachorrez, me puse una vara demasiado alta: quería “hacerlo todo bien”, socializar “de manual”, entrenar perfecto, exponerlo a mil contextos. Esa autoexigencia, sumada a su temperamento intenso, me dejó muchas veces agotada y con la sensación de que nunca era suficiente. Aunque el resultado se nota hoy: Aquiles es un adulto funcional en casi cualquier sitio, y ese trabajo invertido fue valioso; pero también aprendí que mi regulación emocional importa tanto como la suya. Y mi regulación emocional estaba muy mal y la prueba está en que aunque yo hice casi todo el trabajo con Aquiles, con quien tiene el vínculo fuerte es con mi pareja, más que conmigo, aunque es verdad que de un año para acá, nuestro vínculo es más fuerte y más sano que al principio, he trabajado mucho en ello.
Con Rayo, en cambio, elegí otro camino: bajar el listón de la exigencia y subir el de la presencia. Me permití disfrutar sus torpezas, sus pequeñas locuras, las noches interrumpidas durante meses. No dormía del tirón, y estoy constantemente agotada, pero feliz. Y cuando despertaba nervioso o con miedo, en vez de “aprovechar para entrenar”, hacíamos lo básico: seguridad, calma, contacto, vuelta a dormir. Rayo es un perro más miedoso que Aquiles; no quería salir del portal al principio, así que cambié “grandes metas” por micro-pasos sostenibles: dos minutos fuera, oler, volver. Esa estructura de avances minúsculos, pero consistentes, está alineada con cómo se consolidan los aprendizajes bajo estrés bajo: poco, bien, y con recuperación (Overall, 2013; Serpell, 2017).
Desde la neurofisiología del estrés sabemos que no se aprende bien en estados de hiperactivación; el cerebro prioriza supervivencia antes que exploración. Para que la plasticidad sináptica “pegue”, hace falta una ventana de activación adecuada y recuperación (Mendl et al., 2010; McEwen, 2004). Con Rayo puse el foco en descanso, previsibilidad y vinculación, y cuando tocaba “entrenar”, intentaba que fuese casi un juego. También es verdad que Rayo me lo pone muy fácil ya que da su vida por un trozo de salchicha y tiene mucha motivación, cosa que ni Aquiles, ni Lua tienen.
Qué cambió en mí: dejé de buscar “el cachorro perfecto” y me dediqué a acompañar al cachorro real. El refuerzo ya no era el logro técnico, sino verlo relajarse un poco más cada semana.

2) Un tercer perro es muchísimo más trabajo… y energía emocional
Tener tres perros no es solo “más logística”; es más carga cognitiva y afectiva: tres historias, tres sensibilidades, tres necesidades de movimiento, descanso y relación. Supone tiempo individual con cada uno, porque lo grupal no sustituye el vínculo uno a uno. Y sí: es triple veterinario, alimentación, material… pero, sobre todo, es triple gestión emocional (la suya y la mía).
La literatura en bienestar advierte que las expectativas irreales (por ejemplo, “entre ellos se entretienen y eso me quita trabajo”) aumentan el riesgo de problemas de convivencia y abandono (Serpell, 2017; PDSA PAW Report, 2022). En hogares multicaninos hay que prevenir competencia por recursos (camas, zonas de descanso, humanos, comida, espacios de paso). La prevención —duplicar recursos, planificar rutinas, separar para masticables o comidas si hace falta— no es “mimar”, es gestión que reduce conflicto (Overall, 2013; BSAVA Manual, 2012).
Con Rayo lo vivimos en carne propia: introducirlo sin romantizar, asumiendo que habría ajustes y que nuestro tiempo libre pasaría a organizarse alrededor de sus ritmos. Cuando aceptas eso, dejas de frustrarte por “no llegar” y empiezas a diseñar bienestar.
Aquí Lua nos lo puso muy fácil, se enamoró de él, aveces imaginamos que cree que es su cachorro, por que es MUY MATERNAL.

3) Mantrailing: poner la nariz a trabajar para bajar el miedo (y la mía, también)
El mantrailing es una disciplina olfativa donde el perro sigue el rastro de una persona concreta (la “víctima” o “figurante”) usando su olfato como guía principal. Se trabaja con arnés, línea larga y protocolos de seguridad. Para Rayo, miedoso e inseguro, fue un hallazgo: le ofrecía tareas claras, predecibles, centradas en su superpoder natural (oler) y, a la vez, le devolvía control. La agencia —poder elegir y que tu elección tenga efecto— es un amortiguador del estrés bien documentado en comportamiento (Leotti et al., 2010; Maier & Seligman, 2016).
En disciplinas olfativas y de búsqueda se ha descrito mejora en indicadores de bienestar: más foco, menor reactividad en el contexto de trabajo, y mejor recuperación tras el esfuerzo (Duranton & Horowitz, 2019; Rooney & Bradshaw, 2002). No porque “magia”, sino porque canaliza motivaciones naturales, ofrece éxitos frecuentes y fomenta movimiento + cognición + cooperación. A mí, además, me salvó emocionalmente: salir con Rayo, preparar el escenario con las compañeras, aprender de ellas, poder leer el lenguaje corporal de Rayo y celebrarlo, me reencontró con el disfrute fuera de la autoexigencia.
Hoy no lo practicamos por temas económicos, pero en cuanto podamos, volveremos. Entre tanto, hacemos “nariz casera” como juegos de olfato y “sniffaris” (paseos para oler más y caminar menos).

4) Un vínculo distinto: el “home” soy yo
Con Rayo construimos un vínculo seguro muy nítido. Cuando algo le preocupa, viene a mí: “esto me asusta, te lo doy a ti”. No huye, no reacciona con agresión; busca base segura. Ese patrón tiene raíces en la teoría del apego: la presencia de la figura de apego facilita la exploración y regula el estrés. En perros, el secure base effect está documentado: los perros rinden mejor en tareas cuando su tutor está presente, y usan al humano como base para explorar y recuperar la calma (Horn, Range & Huber, 2013; Topál et al., 1998; Prato-Previde et al., 2003).
¿Cómo lo cultivé? Con coherencia (mis señales significan lo mismo cada día), predictibilidad (rutinas), elección (no forzar acercamientos que le dan miedo), protección activa (yo gestiono el entorno para que no lo sobrepase) y refuerzo de la referencia (si vienes a mí cuando te inquietas, siempre te ayudo). Esa suma crea un circuito emocional donde mirarme y acercarse reduce su estrés. Neurobiológicamente, la interacción afectiva positiva humano-perro puede aumentar oxitocina y favorecer estados de calma y conexión (Nagasawa et al., 2015; Handlin et al., 2011).
Con Aquiles el vínculo también es fuerte, pero la “coreografía” es otra: él es todo impulso y ganas de hacer; con Lua es intentar bajar esa hiper-vigilancia, esa reactividad y enseñarle que no todos son enemigos; con Rayo, el eje es “primero seguridad, luego mundo”. Ni mejor ni peor: diferente, porque cada individuo es un universo. Y ojo, al escribirlo parece que tengo todo bajo control, quiero aclarar que no lo tengo, ya quisiera, estoy aprendiendo y trato de hacer lo mejor que puedo. Antes me sentía muy culpable y poco digna de mis perros por no ser ese referente que ellos necesitaban. Ahora estoy intentando dejar la culpa atrás y empezar a acompañar como mejor sé.

5. Pequeñas grandes victorias: diario de progresos reales (sin milagros) ✨
Con Rayo aprendí a vivir los avances de otra manera. Con Aquiles me exigía demasiado, quería todo “perfecto” y rápido. Pero con él descubrí que no existen los milagros, que no hay un botón que borre el miedo ni la reactividad. Lo que sí hay son pequeños pasos que se convierten en gigantes.
Recuerdo cuando salir del portal sin quedarse bloqueado ya era motivo de fiesta, cuando un simple ruido no lo hacía tiritar, o cuando pudo acercarse un poco más a otro perro y/o personas sin esconderse detrás de mí, muerto de miedo. Para muchos serían cosas sin importancia, pero para mí eran auténticas victorias.
👉 Por qué importa: La neurociencia del aprendizaje canino demuestra que los cambios de conducta necesitan tiempo, repetición y experiencias seguras. El cerebro del perro, como el nuestro, crea nuevas conexiones neuronales cuando algo positivo se repite lo suficiente (Skinner, 1953; Blackwell et al., 2008). No se trata de “curar” en un día, sino de enseñar al cerebro a asociar calma y seguridad con lo que antes daba miedo.
Con Rayo aprendí a celebrar lo pequeño, a mirar con otros ojos y a dejar de obsesionarme con lo que aún no estaba “superado”. Porque la vida no se mide en pasos gigantes, sino en esas pequeñas grandes victorias que, sumadas, transforman todo. Y como me enseñaron en EDUCAN, a comenzar a trabajar ese gimnasio emocional. Recomiendo todos los cursos que tienen en EDUCAN, si quieres aprender de verdad, inscríbete a ellos.

6. Lo que me enseñó Rayo sobre mí: dejar la exigencia y elegir el bienestar 💛
Con Aquiles yo era otra persona. Estaba obsesionada con hacerlo todo bien: que socializara, que entrenara, que pudiera acompañarme a todas partes. Y aunque conseguimos muchos logros, ambos vivimos con la carga de esa exigencia. Él porque tenía que responder a mis expectativas, y yo porque nunca me sentía suficiente. Con Lua me descolocó su reactividad, el no saber como ayudarla, y tener que dejar mis expectativas de esa familia feliz tomando algo en una terraza y después pasear juntos en el bosque sin que mis perros reaccionaran a nada. ¡Qué ilusa era!
La llegada de Rayo me dio una bofetada de realidad. No era un perro al que pudiera “controlar” ni meter en mis planes de perfección. No venía a cumplir con mis expectativas de vida, ni a ser el perro que yo soñaba que fueran sus hermanos perrunos. Era un perro que me obligaba a elegir entre exigencia o bienestar. Y ahí lo entendí: descansar también es un logro, un paseo corto y tranquilo vale más que uno largo lleno de tensión, y no todos los perros (ni todas las personas) tienen que poder hacerlo todo.
👉 Por qué importa: La psicología habla del peligro del perfeccionismo: no solo genera ansiedad en las personas (Flett & Hewitt, 2002), sino que también puede trasladarse a nuestros perros. Exigir demasiado sin atender las necesidades emocionales provoca frustración y estrés crónico (Beerda et al., 1997). Rayo me enseñó que la verdadera meta no es tener un perro “ideal”, sino construir una relación sana y feliz.
Con él empecé a soltar, a reírme más, a aceptar nuestros límites y a disfrutar de lo que sí podíamos compartir. Me enseñó a dejar de ser tan dura conmigo y con ellos. Porque a veces elegir el bienestar significa renunciar a la perfección.
Uno de los actos de amor propio más grandes que he podido hacer fue buscar ayuda profesional con una psicóloga con quien si congeniara, batallé mucho, pero lo conseguí y Vane me está cambiando la vida.

7. Rayo y la importancia de pedir ayuda (y encontrar la adecuada)
Aquí quiero ser muy honesta. Cuando todo el mundo te dice “ve a terapia”, lo que nadie te advierte es lo difícil que es encontrar a la persona adecuada. Yo misma pasé por cuatro psicólogas antes de dar con alguien que realmente me ayudara. Y mientras tanto viví experiencias dolorosas, incluso dañinas.
Una me decía frases tan poco profesionales como “imagínate en una tabla de surf, fluyendo con las olas”, mientras yo sentía que me ahogaba en ansiedad. Otra se implicó en mi familia de forma nada ética y causó mucho daño. Otra me juzgaba constantemente, hasta el punto de hacerme dudar de mí misma. Y otra, con la que tenía sesiones online desde México, llegó a cuestionar si lo que yo contaba de mi vida en Galicia era real: que si de verdad oscurecía tan temprano, que si los pájaros cantaban al atardecer, que si era seguro caminar por el monte. Insinuaba que me lo inventaba. Imagínate la rabia y la impotencia de sentirte invalidada por alguien que supuestamente está ahí para ayudarte.
Me costó muchísimo volver a buscar ayuda. Pero fue gracias a Rayo que lo hice. En medio de mis miedos, agotamiento y un trabajo tóxico que me estaba matando por dentro, me atreví a intentarlo otra vez. Esta vez encontré a una profesional que sí me escuchó, que no me juzgó, que me sostuvo de verdad. Y todo cambió.
En paralelo, tuve que aprender a pedir ayuda en casa. Le pedí a mi pareja que se implicara más con los perros, que me acompañara en paseos, que se ocupara de cosas cotidianas. Al principio me costó horrores delegar, pero poco a poco empezamos a funcionar como un equipo.
👉 Por qué importa: Pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de cuidado. Tanto en humanos como en perros, el apoyo social es un factor protector frente al estrés y la depresión (Sapolsky, 2004; Topál et al., 1998). Pero tan importante como pedir ayuda es encontrar la ayuda adecuada. No todos los psicólogos sirven para todas las personas, igual que no todos los educadores caninos sirven para todos los perros. Y eso está bien. No significa que seas raro, difícil o imposible: significa que hay que encontrar un acompañamiento que realmente encaje contigo.
Por eso empecé a estudiar más sobre educación canina, emociones y adiestramiento. Porque muchas veces no podía pagar 80 o 125 euros por una hora, porque los profesionales que quería estaban en otra comunidad autónoma, o porque con otros no congeniaba. Y al final, yo conozco a mis perros mejor que nadie. Con guía, con lectura, con ensayo y error, he intentado hacerlo yo. A veces la cago, claro, pero prefiero intentarlo a quedarme de brazos cruzados.
Hoy sé que no estoy sola. Que pedir ayuda no me hace débil, sino más fuerte. Y que cuidar mi salud mental es inseparable de cuidar a mis perros. Porque si yo me caigo, ellos también lo sienten.

Cierre: Mi historia, no una receta
Todo lo que he contado aquí es mi historia. No es una guía universal, ni una fórmula que sirva para todos. Porque ni todos los perros son iguales, ni todas las personas lo somos. Y aunque a veces me habría encantado encontrar ese manual secreto que lo resolviera todo, lo cierto es que la vida (y los perros) no funcionan así.
Rayo me enseñó que cada relación es única, que cada pequeño avance cuenta, y que lo que funciona para unos no siempre sirve para otros. Por eso quiero dejar claro algo muy importante: si lo que a mí me funcionó no te sirve a ti, no pasa nada. No estás fracasando, no eres menos, no estás haciendo algo mal. Simplemente tu historia y la de tu perro son distintas. Y eso está bien.
He aprendido a confiar más en mi instinto, a escucharme y escucharles a ellos. Porque yo vivo con mis perros cada día, yo veo sus gestos, sus miradas, sus miedos y sus ganas de jugar. Y aunque siempre necesito la guía de buenos profesionales, sé que la última palabra sobre mi vida y la suya la tengo yo.
Lo mismo me pasó con la psicología. No todos los psicólogos sirven para todas las personas, igual que no todos los adiestradores /educadores caninos sirven para todos los binomios perro-guía. Yo tardé años en darme cuenta, soporté sesiones que me hicieron más daño que bien, me sentí juzgada, incomprendida e incluso humillada. Hasta que dije “¡basta!”. Hasta que me atreví a buscar otra vez. Y cuando encontré a la persona adecuada, todo cambió.
Si estás leyendo esto y te sientes solo, agotado, confundido… quiero decirte que no lo estás. A mí también me pasó. A mí también me dijeron que tenía que “aguantar” o “fluir con las olas”. A mí también me hicieron sentir que exageraba o inventaba. A mí también me costó horrores pedir ayuda. A í también me vendieron cursos de educación canina a base de culpa y no realmente buscando el bienestar. Y aún así, aquí estoy, con mis perros, aprendiendo cada día a disfrutar de lo pequeño y a soltar lo que me hace daño.
No hay vergüenza en pedir ayuda. Tampoco la hay en equivocarse, en cambiar de profesional, en probar algo distinto, en admitir que lo que funciona para otros no funciona para ti. La clave es no rendirse. Porque tú y tu perro lo merecen.
Mi consejo, desde lo más profundo: cuídense. Cuida tu mente, tu cuerpo y tu corazón, porque si tú te derrumbas, tu perro lo siente. Y cuida también a tu perro desde el amor, no desde la exigencia. Busca profesionales que de verdad te hagan sentir acompañado, que te escuchen, que respeten tu ritmo y el de tu compañero de cuatro patas. Y si no los encuentras a la primera, no pasa nada: sigue buscando.
Lo digo yo, que estuve en un trabajo que me apagaba, que pasé por psicólogas que me rompieron más de lo que me reconstruyeron, que me sentí incapaz de ayudar a mis perros. Y lo digo yo, que gracias a Rayo, a Lua, a Aquiles, y al apoyo que por fin me atreví a pedir, entendí que siempre hay otra oportunidad.
Esta es mi historia. No tiene por qué ser igual a la tuya. Pero si algo quiero que te quede claro es esto:
✨ Tú no estás solo.
✨ Tu perro no está solo.
✨Siempre hay un camino, aunque sea distinto al que imaginabas.
Confía en tu instinto, confía en tu vínculo, y rodéate de quienes de verdad sepan ayudarte a crecer, sin juzgarte ni a ti ni a tu perro. Porque al final, lo único que importa es que ambos puedan vivir una vida más tranquila, más feliz y más en paz.
Gracias por leerme.
Hasta la próxima

Deja un comentario