
Aquiles: aquel que consuela el dolor

Algunos definen el nombre Aquiles como “aquel que consuela el dolor”.
En La Ilíada de Homero, Aquiles era conocido como “el de los pies ligeros”, por su velocidad y fuerza.
Aquiles es un personaje conocido por ser incomprendido por su personalidad, su gran amor por la libertad, era un amigo fiel, desinteresado, entregado, leal, Aquiles entrega todo por ayudar a sus seres amados, si te gusta leer te recomiendo leer sobre Patroclo también.
Un nombre fuerte, sin duda. Pero también, un nombre que guarda en sí mismo un alma sensible, libre, leal y profundamente entregada
Sea una cosa o sea otra, definitivamente pega con mi pequeño Aquiles.

El día que mi vida cambió
Aquiles llegó a mi vida un 13 de julio de 2022. Era solo un cachorro cuando lo rescataron junto a sus otros tres hermanos. Todos habían sido abandonados y, como tantos perros en adopción en España, dependían del trabajo incansable de una protectora.
Llevaba años soñando con poder compartir mis aventuras con un perro propio, pero el momento ideal nunca parecía llegar. Creo que muchas veces nunca llegan esos «momentos perfectos» para algo, simplemente hay que armarse de valor y dar el paso si es que estamos seguros de querer hacerlo y del cambio que supone en nuestras vidas el invitar a un ser vivo a vivir con nosotros. Curiosamente, cuando finalmente llegó Aquiles, era posiblemente el peor momento: llevaba apenas dos semanas en un nuevo trabajo, en un nuevo país, atravesando emociones intensas, confusas y fuertes, había sufrido muchos cambios forzados, muy rápido, no terminaba de asimilar o de vivir un duelo de alguna cosa en mi vida, cuando comenzaba otra, otro caos, otro huracán. Recuerdo que solo pensaba en ahorrar lo suficiente para mudarme de piso/apartamento al sur de Galicia y poder comenzar a darle forma a mi nueva vida (oh, sorpresa: no sabía que en España es prácticamente imposible alquilar un piso si tienes perro o, peor aún, un cachorro y ya no te cuento si eres extranjero… pero eso lo dejo para otro artículo).
Un día vi una foto publicada por una protectora a la que solía acudir los sábados como voluntaria, para pasear perros en adopción. Y aunque no sentí ese “llamado de película”, sí sentí una conexión especial con una de las cachorras, su nombre era Bimba. Al escribir a la protectora, me informaron que Bimba ya había sido adoptada, pero aún quedaban dos machos: Aquiles (antes Tom) y su hermano (Gerry).
Fui a conocerlos el 13 de julio, a casa de una voluntaria. Su hermano, hermoso y con un pelo suave y sedoso, ni se acercó. En cambio, Aquiles se acurrucó en mi regazo, como si supiera que ya estaba en casa. Y yo, en ese instante, supe que había conocido a mi perro. No se puede explicar con lógica; fue una certeza emocional.
Nadie había preguntado por Aquiles en mes y medio. Su hermano tenía el pelaje suave y brillante, con aspecto de labrador negro: el tipo de cachorro que suele enamorar a primera vista. En cambio, Aquiles tenía el pelo áspero, sin una raza definida, las orejas algo torcidas y no entraba en los estándares que muchas personas buscan al adoptar perros.
Cuando me preguntaron cuál quería llevarme, me sugirieron que, si no tenía preferencia, mejor adoptara a Aquiles, ya que por él no había habido interés y, probablemente, no lo habría. Pero yo lo tuve claro desde el momento en que se tumbó en mis piernas: él era mi cachorro. Me despedí y prometí volver al día siguiente por él. Así fue.
El 14 de julio fuimos por él. Esa vez me acompañó mi pareja. Recuerdo que no pude dormir la noche anterior de la emoción. El trayecto de Tui a Vigo se me hizo el más lento de mi vida.
Llevaba años preparándome para este momento: leyendo sobre cachorros, sobre la adolescencia canina, el lenguaje corporal de los perros, enfermedades, vacunas, los tipos de alimentación (BARF, piensos, comida natural cocinada), cómo acompañar sus emociones, de todo. Tenía todo listo: diferentes correas según su longitud, arnés (qué le quedó enorme), collar, cama, mantas, toallas, platos, juguetes. Estaba obsesionada, en el mejor sentido. Quería que mi perro se sintiera amado, protegido y entendido desde el primer día, quería que supiera que yo lo había estado añorando toda mi vida, que había pasado aproximadamente unos 30 años soñando con conocer a «mi perro».
Pero los perros, como los humanos, son únicos. Todos son diferentes, todos tienen su propia personalidad. Todos una hermosa sorpresa y Aquiles no fue la excepción.
Cuando lo recogimos, aún se llamaba Tom en la protectora. En el coche, mientras yo me sentaba en el asiento trasero junto a él para acompañarlo en ese primer trayecto hacia su nueva vida, empezamos a buscar nombres. Yo tenía una lista con al menos diez. Pero como con todo lo relacionado a Aquiles, NADA salió como lo planeado.
Le propuse “Bruno”, pero él no reaccionaba. Entonces, mi pareja dijo de la nada: “¿Y si lo llamamos Aquiles?”. Yo respondí entre risas: “¿Cómo Brad Pitt?”. Nos miramos, lo miramos, lo llamamos por ese nombre y Aquiles, entusiasmado, movió la cola y ladró. Fue un momento mágico, como de película totalmente. Aquiles había elegido su nombre (o eso nos gusta creer) y yo estaba por iniciar un camino en mi vida de aprender a dejar mi mochila llena de expectativas en el contenedor de basura y comenzar a vivir en el momento «presente».

Aquiles: el inicio.
Desde que llegó, no ha dejado de enseñarme. He tenido la suerte de vivir mi vida rodeada de perros maravillosos, pero esta vez ha sido la primera que sentí un verdadero cambio, porque es la primera vez que he tenido que sentir, asumir, entender, cuestionar, tratar y estudiar tantos sentimientos incómodos que me inundan y los tenía bien archivados dentro de mi caja de Pandora personal.
Aquiles refleja partes de mí que ni yo misma entendía. Pero sobretodo refleja a mi pareja. Es como un espejo emocional de nuestro hogar. Lo cual parece algo obvio de entender ahora ya que somos mamíferos sociales, convivimos y nos contagiamos las emociones los unos a los otros.
Mi pareja y Aquiles hicieron clic inmediato. También he tenido que asumir esto, (momento de confesión) la envidia de ver que Aquiles y el tienen una conexión que yo nunca podré tener con Aquiles.
Aquiles no ha sido un perro fácil para mi, porque tuve que liberarme de todas esas expectativas y planes que tenía junto a él. Tiene un carácter algo complicado y es, sin duda, uno de los perros más tercos que he conocido y tiene energía infinita. Es muy inteligente, de esa inteligencia que no te da gusto, de esa inteligencia que te hace decir «mira lo que hizo el hijo de …». Pareciera que no le motiva la comida, ni juguetes, pero es que realmente le motiva hacer cosas con mi pareja, así de sencillo. Lo cual una vez pillando esto, ha sido más llevadero canalizar esa inteligencia, actividades, energía, etc. Eso lo hace único. Y verdadero. No es tan fácil como me lo habían contado, hay que currárselo mucho para llegar a estas conclusiones. Al menos a mi me ha costado.
Cuando mi pareja está pasando por momentos de estrés o ansiedad, Aquiles lo percibe de inmediato. Muerde, salta, se inquieta, es increíble y fascinante de ver. Es su manera de decirnos que algo no está bien. Y, muchas veces, es él quien logra sacar a mi pareja de ese bucle emocional. A veces, basta con un paseo por el río, entre pinos y naturaleza, para que los dos se relajen. Veo cómo Aquiles explora, olfatea, corre tras los pájaros y no deja de mirarnos para asegurarse de que seguimos con él. Y veo cómo mi pareja respira mejor, sonríe más, como se convierte en un niño al jugar con Aquiles. En ese entorno, conectamos los tres. Y todo cobra sentido. Me encanta porque a los dos les encanta hacer cosas, siempre tienen que estar haciendo algo, hay que recordarles a los dos que es momento de parar un poco y descansar.
El día a día con un perro: más allá de las fotos lindas
Hay cosas que no se ven en las fotos. Cuando Aquiles saltaba sobre mí después de trabajar y me mordía las manos de emoción y frustración, ahí no estoy grabando historias para Instagram ni para nadie. Estoy ahí, con él, ayudándolo a bajar sus revoluciones, acompañándolo en su torbellino emocional, trabajando y dándole herramientas para poder gestionar estímulos más adelante.
Cuidar a un cachorro y después a un perro adolescente no es nada fácil. Recuerdo con Aquiles que a veces estaba tan cansada, con dolor físico o emocional y sin paciencia. Pero ahí estaba y estoy ahora, y doy lo mejor, porque él también me necesita. Y porque yo también lo necesito a él. Yo lo invité a vivir conmigo, nadie me obligó y son cosas en las que hay que pensar al llevar un perro a casa, que habrá días malos y también esos días hay que satisfacer sus necesidades, que habrá que enseñarlo a gestionar, pero para eso yo también he tenido que comenzar a aprender el -como- que no es ni seguirá siendo nada fácil, pero es un camino que estoy dispuesta a emprender.
Los perros no nacen sabiendo. No son robots. No vienen programados para cumplir nuestras expectativas humanas, nuestras «ordenes o comandos», ni nuestra forma de vivir. Para ellos no es normal: nuestras rutinas, nuestra vida y hábitos humanos. Y cuando adoptamos o compramos un perro, especialmente un cachorro, tenemos que recordar qué es eso: un bebé. Uno que necesita tiempo, amor, consistencia, guía, mucha paciencia y trabajar con el perro para poder aprender juntos cómo hacerlo y cómo entenernos.
Hay días en que todo sale bien, pero hay otros en los que mal y te la lían. Y hay otros días en los que todo el esfuerzo trabajando en años por fin encaja. Pero todos, absolutamente todos, valen la pena.
Para quienes aman a sus perros
Si has leído hasta aquí, probablemente tú también amas a tu perro como a un miembro más de tu familia. Si eres de los que dice “solo es un perro”, este no es tu espacio. Pero si alguna vez has sentido que tu perro te salvó, te entendió, te sostuvo en tus peores momentos, entonces bienvenido.
Escribo porque escribir me sana, porque hablar de mis perros me llena el alma, porque quiero compartir este camino lleno de aprendizajes, aciertos y errores. Porque quiero ser mejor persona, para ellos y pero sobre todo para mí. Y porque creo que hay muchas personas allá afuera que también necesitan saber qué no están solas. Que sus perros no están “rotos”. Qué lo están haciendo bien, aunque no todo se vea perfecto. Quiero que quienes estén pensando en adoptar un perro entiendan que cambiarle la vida a un perro va a cambiar la tuya también. No son un juguete de navidad, no son tus psicólogo. Los perros ladran, lloran, hacen pis, a veces se enferman y necesitan muchas cosas como por ejemplo comida saludable, jugar, pensar, aprender, olfatear, ejercicio, amar y ser amados.
¿Quieres saber cómo continuó la historia con Lua y Rayo?
Te aseguro que aún queda mucho por contar sobre esta pequeña familia, sobre los retos de vivir con perros con emociones intensas siendo una humana igual de intensa, sobre cómo equilibrar el amor, la ansiedad, los límites y la libertad.
Bienvenid@ a este espacio.
Bienvenid@ a Can & Nos.
Aquí los perros no solo ladran… también hablan. Solo hay que aprender a escuchar.
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